VUELTA DE OBLIGADO

Hay batallas y batallas. Y muchas veces una derrota militar puede desembocar en un triunfo diplomático. Vuelta de Obligado, sin ir más lejos, es un mojón en la lucha de una soberanía que, incluso hoy, corre peligro.

Por Inés Busquets | Imágenes: Archivo

La provincia de Buenos Aires es un territorio de batallas. La disputa por la soberanía siempre fue un eje desde antes de su nacimiento hasta la fecha.

La batalla de la Vuelta de Obligado fue un emblema de resistencia, no por el resultado sino por la valentía y la autodeterminación de nuestro pueblo.

El Río Paraná es el segundo más largo de América del Sur, tiene una longitud de 4.880 km entre Brasil, Paraguay y Argentina, desemboca en el Río de La Plata, es uno de los más caudalosos del continente y su cuenca es una de las principales reservas de agua dulce del mundo. El origen del nombre pertenece a la lengua originaria Tupí-Guaraní y significa: “Emparentado al mar”, “Semejante al mar” por lo parecido en volumen de agua en su cauce. 

El Paraná también fue un motivo de conflicto diplomático porque al compartirse con Paraguay y Brasil está en discusión la denominación como río navegable interno. En el siglo XIX las potencias extranjeras, Inglaterra y Francia, exigían la libre navegación de los ríos, la expansión de sus industrias, la extracción de los recursos naturales sin cumplir con los impuestos portuarios que indicaba la Ley de Aduanas.  Y así se inició una guerra por el dominio del comercio que circulaba por el río Paraná. 

En el año 1838 empezaron los primeros bloqueos. Luego las invasiones cesaron, pero los conflictos diplomáticos se profundizaron por el accionar de los unitarios en Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos que, en contra de Rosas, se aliaron con Francia e Inglaterra para comercializar vía Montevideo sin pasar por el puerto de Buenos Aires. 

A Francia le interesaba la expansión cultural, a Inglaterra el comercio. Francia consideraba a Uruguay una colonia que debía proteger de Rosas y Oribe. Y esa sería la excusa para la intervención de las tropas anglo-francesas. Ambas potencias desplegaban la continuidad de su expedición al río de la Plata. Y su intención era ingresar por el Paraná, para establecer relación directa con Corrientes sin pasar por Buenos Aires.

Y todo este conflicto desembocó en que al amanecer del 20 de noviembre de 1845, en las barrancas del río Paraná, lindando al norte con San Pedro, se produjo la defensa más importante de la historia argentina: la batalla de la Vuelta de Obligado.

El río se divide en tres regiones: curso superior, medio e inferior. Al margen derecho de su curso inferior, en la costa norte de Buenos Aires, se forma un ángulo que prolonga una curva en la tierra, cuya extremidad se conoce como la punta o la vuelta de obligado. La punta de ese lugar es un barranco elevado en sus costados y ondulado en el centro. A esa altura el Paraná tiene 700 metros de ancho y es por eso que Lucio N. Mansilla eligió ese lugar para apostar a las baterías más importantes.

Juan Manuel de Rosas, que cursaba el segundo período como gobernador de la provincia de Buenos Aires y era el responsable de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, le encomendó a Mansilla la defensa del río. Y al general y jefe del ejército organizó una línea de 24 barcos anclados, sin velamen, que sostenían tres filas de gruesas cadenas atravesadas de costa a costa para cortar el paso de las tropas enemigas. En la barranca dispuso de tres baterías y en la playa una, todas con sus respectivos cañones mirando hacia el río. 

La artillería de Vuelta de Obligado, no era de camuflaje, como se estilaba en los combates: El rojo punzó, la insignia del federalismo, se destacaba en los cuerpos de madera de los cañones; el negro recubría el cuerpo cilíndrico y el blanco predominaba en los detalles y accesorios de la artillería.

Los buques enemigos fueron avistados el 18 pero el clima no les permitía iniciar el combate. Luego de dos días de lluvia y con la neblina apenas disipada, las aguas del Paraná fueron invadidas por las tropas anglo francesas para intervenir en la soberanía del pueblo argentino. 

A las 8.30 de la mañana cuando se perpetró el avance enemigo, Mansilla gritó: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes de que verlo bajar de donde flamea!” Y al coro del himno nacional daba la primera señal de fuego cuando retumbaba ¡“oh juremos con gloria morir!” y “¡Viva la patria!”

Las mujeres en el campo de batalla

En el ejército de Mansilla las mujeres cumplieron un rol importante, no solamente de asistencia sino también de defensa, al tomar las armas al ver caídos a sus maridos e hijos. 

Las mujeres de Vuelta de Obligado son poco reconocidas por la historia. Josefa Ruiz Moreno, Rudecinda Porcel, María Ruiz Moreno, Carolina Suárez, Francisca Navarro y Faustina Pereira fueron las que se encargaron de abastecer de pólvora a las baterías, recibir a los heridos y asistirlos, sustentar la batalla a la par de los hombres. 

Entre ellas, Petrona Simounin, llamada Simonino por los nicoleños, nació en San Nicolás en el año 1811. En 1832 contrajo matrimonio con el hacendado, Juan de Dios Silva y tuvieron ocho hijos. Cuando empezó el conflicto del Paraná, Silva fue citado por Rosas para participar de la contienda como capitán de milicias. Y desde ese momento Petrona, que vivía amparada por una familia patricia, dejó de lado las comodidades y acompañó a su marido en el frente de batalla. 

El parte de guerra redactado por Mansilla, dice que “…tuvieron que dejar aquel lugar, bajo un fuego abrasador, para alejar las carretas del Parque crecido número de heridos y familias, en las cuales se distinguió por su valor varonil la esposa del capitán Silva, doña Petrona Simonino”. Sin embargo, Petrona murió en 1877, a los 76 años, sin haber sido reivindicada por la historia. 

Fue similar la participación de Josefa Ruiz Moreno, que nació en San Pedro en 1807. Su abuelo y su tío fueron los primeros intendentes de San Pedro. Era la esposa del militar Laureano de Anzoátegui, que había combatido en las invasiones inglesas y en esta ocasión fue puesto al mando de una de las baterías de la batalla. 

Como fue un hecho que las mujeres en Vuelta de Obligado dieron batalla y ocuparon lugares centrales en la defensa a la par de los hombres, diversos estudios se van dando cuenta de la importancia y de la singularidad de la historia de cada una de ellas.

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Combate y desenlace 

La batalla Vuelta de Obligado fue una demostración de unidad, de lucha colectiva ante el poder extranjero y una viva expresión de defensa nacional. La desigualdad de fuerzas era ostensible; por eso Rosas y Mansilla no estaban “allí para ganar sino para que los gringos no se la llevaran de arriba”. 

La cruzada era cruda y desigual, pero en pleno combate las voces patricias entonaban el himno mientras los almirantes Trehouart y Sullivan respondían el fuego patriota con 96 bocas de fuego. Producto de esa batalla, los capitanes anglo franceses se llevaron como trofeo de guerra cinco banderas mercantes arrebatadas en esa trágica jornada. Una fue devuelta en el año 1997 y se encuentra depositada en el Museo Histórico Nacional y otra se encuentra exhibida en la Iglesia St. Louis del Museo Les Invalidés. De las demás se ha perdido el rastro. 

Tratados de paz

La batalla Vuelta de Obligado fue reivindicada por la acción de heroísmo de parte de las tropas. Aun quienes detestaban a Rosas destacaron la lucha y la dignidad para defender la soberanía con los pocos recursos con que se contaba. “Mucho patriotismo y pocas municiones”, definió Gálvez, y reivindicó esa derrota como un mojón importante para la victoria diplomática de la Confederación Argentina. 

La batalla, que duró poco más de dos horas fue cruenta y dejó entre las filas patriotas el saldo de 250 muertos y más de 400 heridos, mientras que los agresores contaron 26 muertos y 86 heridos. 

En Europa, el atropello cometido en Obligado causó conmoción e interpeló a los gobiernos. Los ingleses y franceses, acorralados políticamente, terminaron con la intervención y designaron al inglés Thomas Samuel Hood para las gestiones diplomáticas. Y Hood llegó a Buenos Aires el 3 de julio de 1846.

Cuando llegaron las instancias de mediación Rosas le exigió a Hood condiciones mínimas e irrefutables: reconocimiento de la completa soberanía argentina de los ríos, devolución de la isla Martín García y los barcos tomados y el desagravio a la bandera argentina. Y en ese marco se reunieron Hood y el ministro de relaciones exteriores, Felipe Arana.

El 24 de noviembre de 1847 se firmó el Tratado Arana-Southern y el 31 de agosto de 1850 se firmó el Tratado Arana-Leprédour. En ambos se reconoció la soberanía argentina. Y la Vuelta de Obligado firmaba la victoria.

En conmemoración de la batalla y del heroísmo argentino, en septiembre de 1974 se declaró por Ley 20.770 que el 20 de noviembre fuera el Día de la Soberanía Nacional.

La Confederación Argentina

Luego del protagonismo del pueblo en la revolución de mayo de 1810 y la independencia argentina en 1816, la clase dirigente, en consonancia con sus privilegios, fue disgregándose y tomando diferentes posturas en torno al concepto de patria. 

Algunos coincidían en establecer un vínculo de entrega a las potencias extranjeras y centralizaba la vida política y económica en Buenos Aires; otros, tenían la perspectiva de una argentina federal y descentralizada. Con el tiempo la tensión entre ambas facciones originó la división entre unitarios y federales, expresada en distintas manifestaciones, no solamente políticas sino también culturales. Por ejemplo, los libros Facundo (1845), de Domingo Faustino Sarmiento; y El Matadero, de Esteban Echeverría (escrito entre el 1838 y el 1840, pero publicado en 1871) representaban a los unitarios. Port su parte, El Martín Fierro (1872) de José Hernández se identificaba con los federales. 

Esta grieta era definida como “civilización o barbarie”, una sentencia de Sarmiento que, según su mirada, sintetizaba las dos nociones de Patria. En este aspecto, el historiador revisionista, José María Rosa, escribió: “civilizados se llamaban los unitarios que admiraban e imitaban a Europa; bárbaros les decían a los federales arraigados a la tierra y a su propia defensa”. Y de esta manera se fueron formando dos argentinas con intereses antagónicos. Unos en contra del pueblo, otros a favor del pueblo.

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Soberanía ayer y hoy

La batalla Vuelta de obligado representó en la historia la resistencia y la soberanía del pueblo en una Argentina que venía de fusilar, en 1828, a Manuel Dorrego, el primer gobernador popular de la provincia de Buenos Aires. El Pacto Federal fue, luego de aquella tragedia, el que le imprimió el sello de Nación a una república que había sufrido intentos y fracasos continuos para afianzarse. 

En Vuelta de Obligado no sólo se defendió la unidad nacional, sino que también se resguardaron los derechos nacionales y la industria; y se demostró que la fuerza de un pueblo es implacable cuando lucha por lo que le pertenece. 

Siglos de historia confirman que la soberanía se construye en cada acción cotidiana y que las batallas cambian su forma, pero la discusión es la misma. Que los soldados de ayer somos los ciudadanos y ciudadanas de hoy exigiendo que se respeten nuestros derechos, proclamando que no se avasallen las conquistas logradas, defendiendo nuestra moneda, nuestros ríos y mares. Cuidamos que ninguna mano firme la entrega de nuestros recursos naturales. Alertamos sobre el peligro que siempre corre la industria nacional, la educación y salud pública; la cultura, la materia prima, la mano de obra, la ciencia y el trabajo. 

Las viejas disputas se van traduciendo en nuevas metas a desarrollar en el río Paraná, como el Canal de Magdalena y la necesidad de conectar las vías navegables de nuestro litoral con el atlántico y de allí al mundo para gozar definitivamente de nuestra soberanía marítima. 

La soberanía y la libertad van de la mano, somos independientes en cuanto no estemos colonizados. La historia nos muestra que los imperios cambian, pero la batalla sigue siendo la misma: en contra o favor del pueblo. La soberanía, como autodeterminación de los pueblos, es territorial y resignificarla y expandirla es vital para defender distintos aspectos políticos, culturales y económicos. Porque la democracia es el poder del pueblo. 

La Argentina es un país federal, como escribió José María Rosa: “Federal en el habla del pueblo equivalía a argentino; “¡Viva la santa federación!” exaltaba. “La patria era la tierra; y los hombres que en ella habitaban conformaban su pasado y su futuro: un sentimiento que no se razonaba, pero por que se vivía y se moría. Defender a la patria de las apetencias extranjeras era defenderse a sí mismo y a los suyos; mantener o lograr un bienestar del que estaban despojados los pueblos sometidos”.