“Entrevistas Extraordinarias”
Por Julieta Páez | Imágenes: Jose Nico
El Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires presentó una nueva edición del ciclo Entrevistas Extraordinarias, en la librería Patio Interno de City Bell. La propuesta fue una invitación a reflexionar sobre las maternidades reales y sus complejidades a partir del diálogo con Carolina Fernández, la autora de Putamadre, una autoficción publicada por la editorial Sudestada que narra a dos voces —madre e hijo— un vínculo familiar atravesado por consumos problemáticos, violencias, situaciones de encierro y amores. Es un libro dinámico y atrapante que encara sin golpes bajos la maternidad con una tensión alejada de la romantización, más bien como un terreno fangoso donde nunca se sabe con certeza si el suelo que se pisa no va a hundirse.
El público pudo disfrutar de una performance de lectura dramática de algunos fragmentos del libro, acompañados de música, lo que generó una atmósfera envolvente. Se pudo escuchar el relato de una mujer que pelea contra los prejuicios y las estigmatizaciones que caen sobre las madres y una invitación a pensar en las maternidades idealizadas, frente a las maternidades reales, que suelen ser diversas y complejas. Carolina Fernández en muchos momentos logró que el público, en su mayoría mujeres, se conmoviera al escuchar sus relatos. “Puedo cambiar de color de pelo, de trabajo, de casa, de ciudad, pero lo único que no puedo dejar de ser es madre”, dijo la autora.
La abnegación materna es un mandato y quien se corra de ahí es considerada “mala madre”. Al mismo tiempo, no hay abnegación ni renuncia suficiente para ofrendar a cambio de la felicidad de un hijo, que no puede consigo mismo y va derecho a la autodestrucción. Carolina Fernández cuenta su historia desde dos voces narrativas que dialogan, o mejor dicho, que se enfrentan y discuten, que rebotan entre la ternura y la furia.
Público y autora, en el clima íntimo generado por la sutil puesta en escena, recorrieron toda la trama de la novela. La mudanza y el viaje en busca de un lugar tranquilo donde criar a su hijo de ocho años, la madre que renuncia a sus sueños de ser actriz y a las posibilidades que puede darle la gran ciudad y vuelve al pueblo donde ella se crio. Este pueblo al que llegan madre e hijo, alejado de la ciudad atroz, no resulta lo que esperaban y no solo no los recibe de la mejor manera, sino que puede arrastrarlos a lo más oscuro. En este juego de contrapuntos también el pueblo puede funcionar como refugio y como infierno.
–¿Sos feliz? –Es la primera pregunta que le hace la madre al hijo en el viaje hacia su nueva casa, y será un motivo recurrente en varios momentos. Ante esta pregunta, el hijo siempre responde que sí, pero ambos saben que la felicidad no es un concepto absoluto. La madre lidia con un hijo que traspasa todos los límites posibles y que sufre intensos dolores de cabeza seguidos de ataques de furia en una sociedad que no los contiene. Ella se enfrenta a las oscuridades más profundas de su hijo y, a pesar de sus esfuerzos y renuncias no logra hacerlo feliz. Ambos en algún momento sienten culpa por la infelicidad del otro. Por momentos son uno, espalda con espalda, peleando contra el mundo y por momentos son conscientes de que ninguno salvará al otro.
En la novela se narran escenas de excesos, de consumo de alcohol y drogas sin tapujos, sin prejuicios, algo que a algún lector podría resultarle llamativo por tratarse de una familia de clase media. El infierno de las adicciones, el circuito del narco y lo que esta sociedad les propone a los pibes que, por distintas razones, no entran en el molde, se presenta por momentos con crudeza, tanto desde el punto de vista del hijo como del de la madre, a la que el hijo se le escurre entre las manos. Pareciera que su amor incondicional no resulta suficiente. A medida que el hijo crece, ella se debate entre el amor y la ternura que le provoca, y el odio y la impotencia que le genera verlo arruinarse la vida y llevarse puesto todo lo que los rodea.
En la noche de City Bell resuena la voz de la narradora, que juega con el término “puta madre”, que repite cuando está por colapsar: “Respirá, putamadre, respirá”, como un mantra para tranquilizarse o tal vez castigarse. Y, al mismo tiempo, como un señalamiento de todo un pueblo que juzga a esta madre que no encaja en los estereotipos maternales. Putamadre es la historia íntima de una relación turbulenta, donde el hijo cada vez se hunde más en el consumo de drogas, pulsión destructiva ante la cual todo esfuerzo resulta inútil. Mientras la sociedad le lanza a la madre una mirada culpabilizadora que la aísla y la señala, sobre todo si las cosas salen mal. “Nadie nos avisa que la maternidad tiene un pliegue de oscuridad impenetrable. Es un péndulo entre el premio y el castigo, la dicha y la desgracia, un ir y venir que nos va borrando del mapa que alguna vez dibujamos. Ser madre es desaparecer para pintarnos de nuevo”.
La complejidad de la maternidad está plasmada en esta novela, así como también en la performance que presentó Carolina este jueves en Patio Interno. En la conversación colectiva se puso en debate qué significa ser una buena madre, de qué depende serlo, si existen las buenas y las malas madres y qué lugar ocupan las maternidades en nuestra sociedad. Y qué implica, en especial, ser madre de un hijo en situación de encierro, de un hijo adicto. Se debatió sobre la crueldad del sistema carcelario y sobre la perversa propuesta de este neoliberalismo extremo que nos aísla y nos deja criando en soledad. La invitación del programa Entrevistas Extraordinarias resultó un espacio de encuentro y debate para quienes se acercaron, en especial mujeres que no encuentran dónde gritar, donde expresar todo su cansancio, donde abrazarse y conversar con otras, que al igual que la narradora, la maternidad les mostró un universo de claroscuros.

