Ramón D. Tarruella
Por Miguel Frías | Imágenes: Eva Cabrera y Ale López
Ramón D. Tarruella, escritor, editor, coordinador de talleres literarios y docente de historia, nació en Quilmes en 1973 pero vive en La Plata. Es autor de dos libros de no ficción vinculados con esta ciudad: Crónica de una ciudad: historias de escritores vinculados a La Plata y Mitos y leyendas de La Plata. También publicó ficciones: las novelas Balbuceos (en noviembre) y Allá, arriba, la ciudad y el libro de cuentos Asunción no es París, además de varios libros de historia. Su último título, La tribu de mi calle, combina relatos que se encadenan en torno de una escuela nocturna para adultos platense. Tarruella es reconocido en el mundo literario, también, por haber fundado y estar al frente de la editorial Mil Botellas, cuyo catálogo es exquisito.
¿Cómo fue el nacimiento de Mil Botellas?
Nació en un taller literario que yo coordinaba acá, en La Plata. Había seleccionado a un grupo de jóvenes que venía trabajando muy bien. La idea inicial, que derivó en la editorial, era publicar nuestros libros. El primero fue Nueve ficciones para una fundación, cuentos que retrataban la fundación de La Plata a partir de mitos locales. Tuvo muy buena repercusión. El segundo libro fue el de cuentos cortos de Rafael Barrett, un autor del que conocía su militancia anarquista y que me sorprendió con sus relatos. Conseguimos publicarlo con un texto introductorio que nos escribió David Viñas. Fue bisagra. Tuvo mucha repercusión en la prensa y así empezó a crecer Mil Botellas. Durante los primeros tiempos, fuimos cuatro los que llevamos adelante el sello; hoy, sólo sigo yo.
¿En qué se diferencia Mil Botellas de un sello independiente porteño?
La diferencia de un sello platense con los de Buenos Aires es cómo te acomodás frente a los medios, la difusión. Gabriel Báñez, un gran escritor platense que publiqué, decía que todos los escritores somos provincianos, que siempre corremos alrededor del escenario. Creo que sos mucho más provinciano cuando no sos porteño, cuando no tenés la posibilidad de entrar en el circuito de CABA. En 2007, al crear la editorial, la ventaja era que no había tanto sellos independientes; entonces, ser platenses no era tan complicado como ahora. Aparte, hicimos rescates necesarios, como el de Barrett o, por nombrar a un argentino, el de Bernardo Kordon, con prólogo de Germán García.
¿En tu catálogo les das preferencia a los autores bonaerenses?
Busco la periferia de la literatura, autores que estén por fuera de Buenos Aires, sin caer en algo antiporteño. Me interesa mucho lo federal, e incluyo a la provincia de Buenos Aires, que si bien está cerquita de CABA es un lugar que siempre necesita rescates. Te mencioné a Báñez, que se suicidó en La Plata en 2009. Podría mencionarte a Miguel Briante, que nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, o a escritores que no son tan conocidos, como Carlos Hugo Aparicio, cuentista impresionante que nunca salió de su Salta natal. O a Héctor Tizón, que nació en Salta pero eligió a Jujuy como su lugar en el mundo. A Litertad Demitrópulos, nacida en Ledesma, Jujuy, o a Amalia Jamilis, que voy a publicar el año que viene; una escritora de culto, invisibilizada en los años 60, que era de La Plata pero vivió en Bahía Blanca. Otra figura relevante del catálogo es Zuhair Jury, de Luján de Cuyo, Mendoza: un escritor excelente, cineasta, hermano de Leonardo Favio y guionista de algunas de sus películas.
¿Libertad Demitrópulos fue postergada por ser mujer o por ser peronista?
De Libertad Demitrópulos publiqué dos libros, La flor de hierro, que es su segunda novela, y Sabotaje en el álbum familiar, que es su novela más política. Había leído su gran obra, Río de las congojas, en una colección dirigida por Piglia, y la publiqué justo cuando empezaba su rescate, su reivindicación. En su época, ser mujer y peronista era una limitación para publicar, no como ahora. Además, estaba casada con Joaquín Giannuzzi, uno de los grandes poetas nacionales: quedó un poco opacada a su sombra. En este sentido pesó más su condición de mujer que de peronista. Hoy en día se la lee más que a Giannuzzi. Los libros de ella son los que más vendo. Es para leerla concentrado en su estética. La prosa de Libertad Demitrópulos requiere atención del lector, como la de Antonio Di Benedetto, Sara Gallardo o nuestro contemporáneo Gustavo Ferreyra. Esos autores tardan más en ser reconocidos.
Supongo que estar al frente de una editorial independiente es muy complejo: pasaste por la debacle del gobierno macrista, la pandemia y ahora la era Milei.
Los tiempos neoliberales y libertarios son una especie de pandemia socieconómica y cultural. El macrismo se sintió sobre todo en los últimos dos años, 2018 y 2019, que fueron muy jodidos. Yo tuve la suerte de que, en 2019, en una convocatoria para editoriales independientes, Mil Botellas fuera elegida para la Feria del Libro de Buenos Aires; me ayudó a remontar aquella época difícil. Fue un ingreso de guita por ventas que no esperaba y pude mantener el plan editorial. Hoy, en medio de esto tan extraño, una especie de liberalismo mesiánico, las ventas cayeron entre un 35 y un 40 por ciento. Me obligó a achicar las tiradas en un 40 o 50 por ciento, y a recorrer muchas ferias para poner el cuerpo. Por supuesto que el consumo interno está muy afectado en todos los rubros. Este año traté de comprar derechos de autores que sé que no van a andar mal y cubrirme con un catálogo potente.
Durante gran parte del siglo XX la derecha tuvo intelectuales ilustrados. No parece estar pasando ahora.
Diría que hasta los 90, cuando hubo un gran cambio cultural, existía una derecha culta; de hecho, Rodolfo Walsh se formó en el nacionalismo católico, igual que Haroldo Conti. Ahora hay una derecha tilinga, ignorante, que parece salida de un sketch exagerado de Capusotto. Tal vez esos personajes grotescos, neomedievales, existieron siempre, pero de un modo marginal, sin poder; ahora parecen salidos de una película clase B de zombis manejando el país y exhibiendo su brutalidad e ignorancia. Hablan de batalla cultural, pero, en términos teóricos, no tienen nivel intelectual para salir a discutir con nadie, se manejan sólo con agresividad y soberbia.
En tu último libro, La tribu de mi calle, enlazás relatos en torno de personajes diversos en un territorio común, platense. Das cuenta de la diversidad en el ámbito educativo: funciona como una novela o un fresco.
El libro surgió a partir de dos cuentos míos que tenían que ver con el ámbito educativo. Soy docente y hacía varias suplencias en bachilleratos para adultos. Siempre me pareció interesante esa diversidad. Me acuerdo de que tenía a una señora de 80 que estudiaba porque se lo había prometido a su nieta junto con pibes de 20 que retomaban la secundaria y soñaban con una carrera terciaria. Remiseros, varios remiseros, que querían completar los estudios para dejar de estar doce horas trabajando arriba de un auto. Ese universo era muy literario, cargado de experiencias de vida. Una de los colegios en los que trabajé fue el Vergara. Ahí se me ocurrió lo de la unidad temática. Cada relato tiene una propuesta narrativa distinta y por supuesto los personajes son ficcionales.
¿Qué opinás de la llamada literatura del conurbano?
En los 90, a partir de la aparición del rock barrial, un fenómeno periférico, la literatura comenzó a hacerse eco o quiso hacerse eco de eso. Desconfío un poco. Creo que las identidades se construyen muchas veces a partir de distanciarse del otro, de diferenciarse de lo hegemónico, y lo hegemónico claramente es la metrópolis, el centro, Capital Federal. Pero, en ciertos casos, llevó a estigmatizaciones, a mostrar una parte del conurbano que no es el todo. Va de la mano de cierto relato que se dio también en el cine y que tiene que ver con una mirada de la clase media alta porteña sobre el conurbano: la transa, las drogas, lo marginal. Y el conurbano es variopinto, tiene de todo. Por eso los personajes de mis cuentos no son marginales. Están al margen del poder, pero no del sistema. Pueden ser rockeros, faloperos, pueden mirar de costado el poder, pueden ser víctimas del sistema sin estar en el bajofondo. Me molesta un poco la mirada estilo los Ortega o de los chicos que salieron de la FUC, una mirada que contribuyó a la mirada gorila, ese de que cagan en baldes y no tienen cloacas. A mí me da un poco de rechazo.
Antes hablabas de la importancia de las ferias. Las bonaerenses parecen estar invisivilizadas en los medios de comunicación grandes, hegemónicos.
Los medios “nacionales”, concepto que deberíamos empezar a deconstruir, tienen una cosa muy unitaria, terriblemente porteña. Obviamente, en el caso de la FED, que es impresionante, tienen motivos para darle lugar. Pero también es cierto que hay muchísimas ferias en territorio bonaerense y parecen invisibles. El porteñocentrismo, algo que los porteños ni siquiera perciben, también se da en el mundo de la literatura. Como editor de Mil Botellas me cuesta mucho que les hagan notas a autores nuevos de la editorial, parece que las novedades sólo existieran en CABA. Y no es lo único: se da en todos los planos. Borges decía que los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles. Creo lo mismo de los porteños.

