Tradición familiar
Por Julieta Páez | Imágenes: Eva Cabrera
El mimbre es una fibra vegetal obtenida de un arbusto de la familia de los sauces, su flexibilidad y resistencia lo convierten en un material maleable, sin necesidad de procesos industriales complejos. Argentina es el único país del mundo que tiene alrededor de quince variedades de mimbre creadas por el INTA. Desde tiempos muy antiguos se ha recolectado, secado y trabajado a mano con técnicas que aún se conservan y que han pasado de generación en generación. Es un material con alma, que se deja trenzar, entramar y moldear, que permaneció en las costumbres de los pueblos, de las familias a lo largo de la historia de la humanidad.
Cuentan que fue Sarmiento quien trajo a Berisso las primeras varas de mimbre con la idea de diversificar los cultivos y la misión de crear una fuente de riqueza y trabajo para la región. Se sabe que en Berisso supo haber una producción incluso mayor que la de Tigre y la del delta del Paraná, pero se perdió todo con la inundación de 1940.
Hoy en día, la plantación de Carlos Gorard es la única que persiste en la zona para la elaboración de artesanías, material que él mismo manufactura en el taller construido por su padre hace unos sesenta años, a una cuadra de la avenida Montevideo, en la ciudad de Berisso. Su casa está al frente, el taller al fondo. Colores tierra, paredes de ladrillo a la vista, algunas máquinas antiguas y paquetes de mimbre por donde mires. El olor que invade todo el ambiente es parecido al del pasto seco, el fardo de campo. Uno camina sobre los restos de mimbre que forman una alfombra crujiente. Allí todos los días se trenzan y entrelazan las varas con maestría y paciencia para elaborar diferentes objetos, con diferentes motivos. Es un saber heredado y transmitido de generación en generación.
Formamos una ronda en torno al mate; Carlos se sienta en su silla baja de trabajo, con las herramientas a un lado, en el suelo. Nos acompaña Daniel Bertachi, artesano, mimbrero de la localidad de Avellaneda, docente del Mercado Artesanal Bonaerense (MAB).
–El mimbre es mi vida –asegura Daniel y Carlos asiente.
A todos nos envuelven los relatos de Carlos de cuando apenas caminaba y dormía la siesta al sol, sobre una pila de mimbre verde, en el monte, en pleno invierno. En ese tiempo la demanda de canastos para el trabajo en el campo o para las curtiembres, donde secaban el cuero, era tan alta que no daban abasto con la producción propia y debía comprar materia prima en Tigre.
–Mi viejo me llevaba en la camioneta, en una sillita de mimbre, bien atado, no existían como ahora las butacas de bebés –recuerda Carlos Gorard y, con la mirada nostálgica, se transporta mentalmente a una infancia en la que navegaba en canoa, corría por el monte y jugaba entre las pilas de mimbre. Siempre vivió allí, iba a la escuela de la vuelta de su casa y cuando volvía, a las cinco de la tarde, la condición para salir a jugar con los pibes del barrio era tejer una sillita por día. Solo si la terminaba podía salir. Recuerda también pasarse las tardes partiendo mimbre para las canastas materas que tejía su padre. Él es cuarta generación de productores de mimbre para elaboración de artesanías y es el único de su familia que continúa con el oficio. Se encarga de la plantación, del proceso de secado y de la manufactura de objetos para la venta, además es docente en la Casa de Cultura en Berisso y en distintos espacios donde lo invitan a dar seminarios.
Las evocaciones de Daniel Bertachi también se remontan a sus primeros años de vida. Dice conservar una foto en la que todavía usa chupete y se desplaza en andador donde aparece rodeado de mimbre y damajuanas, entre los camiones.
–En esa época mi padre tenía una fábrica artesanal de empajado de damajuanas, cuando no existía el plástico –recuerda. Él es tercera generación de artesanos. El saber pasó de un tío abuelo a su padre y luego a Daniel y a sus hermanos, cuando tenían entre diez y doce años. Su padre, dedicado más tarde a otros negocios, se fundió con el Rodrigazo–. A mi viejo lo agarra el Rodrigazo y lo aniquila, pierde todo, ahí volvemos directamente a las manos, toda la familia. Mis hermanos, mis viejos, hacíamos de todo: jugueteros, sillones, de todo y salíamos con el camión a vender a los negocios regionales de la ruta.
Ya más grande, Daniel viaja a Misiones e ingresa a trabajar en un taller de esterillado y mimbrería, repara sillones y trabaja como ayudante de cátedra de una tecnicatura. Va y vuelve de Misiones a Buenos Aires y finalmente se instala en Avellaneda, donde funda la cátedra de Mimbre en el Instituto de Folklore, materia que dictará durante veinticinco años. También llega a los barrios de Avellaneda enseñando el oficio, capacitando y plantando mimbre en la costa. Con el Mercado Artesanal Bonaerense, dicta seminarios y talleres en diferentes localidades y junto al INTA participó en proyectos de cultivo de mimbre para la producción de artesanías.
Carlos nos cuenta del taller en el que transcurre la charla. Fue levantado por su padre, don Gorard, a los dieciocho años. Su abuelo Karol, inmigrante polaco, vino a estas tierras en busca de mejores oportunidades y trajo de su tierra el oficio de mimbrero. Mientras trabajaba como operario en la cuadrilla para la construcción de la avenida Montevideo, conoció a quien luego sería su esposa, Virginia Canepa, criolla, oriunda de esta zona y dueña de unas chacras del otro lado del arroyo La Masa, en Los Talas, donde tenían plantaciones de mimbre. Karol, el abuelo polaco, trabajaba en el frigorífico y cuando volvía hacía algunos trabajos de mimbre por encargo de algún vecino. Luego le dejó la labor a su hijo, que había sido expulsado de la escuela naval por razones políticas, ya que los directivos militares consideraban que el hijo de un polaco era peligroso por ser Polonia un estado que había quedado bajo la cortina de hierro. Viéndose frustrada la posibilidad de continuar los estudios, Carlos Gorard padre reflotó la plantación y comenzó a dedicarse por completo al mimbre. Empezó a hacer canastos, a empajar sillas y, compartiendo los saberes con otros mimbreros de Berisso, se fue perfeccionando. Incluso el frigorífico le encargó la reparación de los canastos que utilizaban para los cueros. En una época en la que el mimbre era un material muy usado y teniendo la materia prima en sus plantaciones, rápidamente se afianzó en el oficio y le empezó a ir tan bien que cobraba en una semana lo que su padre cobraba por mes en el frigorífico.
La producción de mimbre supo ser muy amplia y los objetos hechos por estos y otros artesanos no sólo amueblaron las casas, sino que también se utilizaban en muchos rubros de la producción. Los chacareros usaban canastas cosecheras, los ferroviarios usaban las ferroviarias y había zorras de mimbre para transportar la materia prima. En la curtiembre se secaban los cueros en grandes canastos de mimbre y luego estaba el uso doméstico: canastos para ropa, para juguetes, sillas, sillones, paneras, lámparas, por nombrar algunos objetos.
Estos artesanos bonaerenses reconocen que la actividad decayó mucho en los últimos años. Hay quienes deciden no continuar por falta de rentabilidad, los productores no levantan las cosechas y una tradición de tantos años se va perdiendo de a poco.
–No creo que vaya a desaparecer la mimbrería porque el ser humano siempre trabajó con las manos y no lo va dejar de hacer. Pero igual es una lástima que haya disminuido tanto. Los padres ya no les enseñan a sus hijos porque ha dejado de ser rentable –reflexiona Daniel y Carlos agrega–: Serían necesarias políticas públicas como hay en otros países de la región que protejan y promuevan la actividad.
A contrapelo del Gobierno Nacional, el Instituto Cultural de la Provincia de la Provincia de Buenos Aires anuncia un Plan de Fortalecimiento de las Artesanías Bonaerenses, en sintonía con las demandas como las de estos artesanos mimbreros, que son parte de una comunidad y que llevan consigo y en su historia el trabajo artesanal, el mimbre, la tierra.
–El mimbre para uno es la vida, uno nació, creció y se involucró con el material y la técnica –dice Daniel.
–Yo me siento parte del humedal –agrega Carlos–, nací, me crie, pesqué y viví conectado con la naturaleza y vivir del mimbre es mi vida también.

