Aniversario

La República de los niños, orgullo de Gonnet, cumplió 74 años y sigue siendo un ejemplo de pedagogía democrática. Inaugurada por el presidente Perón en 1951, replica la dinámica de un país a escala infantil, une generaciones y proyecta un futuro posible en el que la palabra “política”, tan bastardeada, es el sostén de una sociedad libre.

Por Gilda Fantin | Imágenes: Prensa

La Plata tiene un corazón de juguete. Late en Gonnet, entre árboles altísimos, trenes que parecen de colección y edificios en miniatura donde todo está pensado a escala de infancia. Ahí, en esas 53 hectáreas que alguna vez fueron un campo de golf privado, la República de los Niños cumplió 74 años el 26 de noviembre de 2025. Y aunque el aniversario invita al festejo, sobre todo invita a una pregunta muy actual: ¿Qué significa hoy, en plena era de las pantallas y la polarización, un parque pensado para que las chicas y los chicos aprendan a vivir en democracia jugando? 

La historia empieza a fines de los años cuarenta. En 1949, el entonces gobernador bonaerense Domingo Mercante impulsa un proyecto tan ambicioso como novedoso: construir una ciudad a escala, diseñada especialmente para niños y niñas, donde pudieran conocer de cerca –y con el cuerpo– cómo funciona una República. Dos años después, el 26 de noviembre de 1951, el predio se inaugura oficialmente de la mano de Mercante y del presidente Juan Domingo Perón. 

Lo que se levanta en Gonnet no es solo un parque de diversiones. Es un laboratorio pedagógico a cielo abierto: una ciudad completa, con los tres poderes del Estado –Ejecutivo, Legislativo y Judicial–, banco, mercado, iglesia, estación de tren, aduana, cuartel de bomberos, puerto y hasta Fuerzas Armadas en versión didáctica. Todo, reducido a la escala de un chico de diez años. 

La República de los Niños fue pensada como un doble gesto: ocio creativo y educación cívica. Un espacio donde el juego no es una distracción de “lo importante”, sino justamente el vehículo para aprender derechos, obligaciones y la trama cotidiana de la vida democrática. Entrar a la República todavía hoy tiene algo de rito iniciático. El recorrido arranca en el Centro Cívico: dos plazas principales unidas por una avenida central que replica, en clave de cuento, la lógica de la Avenida de Mayo porteña. De un lado, la Casa de Gobierno y el Banco Infantil; del otro, la Legislatura, el Palacio de Justicia y la plaza donde se arma la vida pública: espectáculos, actos, juegos colectivos.

Cada edificio, además, es una pequeña lección de arquitectura global. El Banco Infantil replica el Palacio Ducal de Venecia. El Palacio de Cultura se inspira en el Taj Mahal indio. La capilla guarda rasgos normandos y medievales; la Legislatura remite al Parlamento británico. En un mismo paseo conviven referencias europeas, islámicas y modernas, mezcladas con guiños locales: una especie de atlas arquitectónico comprimido y coloreado a mano. 

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La escala obliga a levantar la vista. Nada está pensado para mirarse desde el celular, sino desde el cuerpo: subir escalinatas, cruzar plazas, entrar a los recintos, sentarse en bancas. Los chicos ocupan bancas de diputados, jueces o funcionarios y, por un rato, toman las decisiones.

“Los niños gobiernan la República”

Uno de los programas que mejor sintetiza el espíritu del lugar nació en los años ochenta, cuando con la vuelta de la democracia retomó también la vocación educativa del predio. Desde 1991 se desarrolla “Los Niños Gobiernan la República”: un dispositivo en el que estudiantes de escuelas primarias ocupan las bancas de Diputados y Senadores, discuten proyectos y elaboran “declaraciones infantiles” sobre temas que los atraviesan de verdad: ambiente, convivencia escolar, uso del espacio público, accesibilidad, derechos de las infancias. 

No es un juego vacío. Cada 26 de noviembre, el Concejo Deliberante de La Plata realiza una sesión especial para tratar esas declaraciones. Las que se aprueban se transforman en normas que rigen en todo el partido de La Plata. Es decir: una idea nacida en un recinto “de juguete” puede terminar convertida en ordenanza real.

En un país donde la palabra “política” suele llegar a las casas cargada de desconfianza, que un nene o una nena vea cómo una propuesta trabajada en su curso se convierte en política pública es una escena poco frecuente… y profundamente formativa.

A lo largo de los años, la República de los Niños fue sumando capas. Hoy los talleres y actividades combinan juego, oficios y educación ciudadana: desde hacer pan en una panadería didáctica hasta aprender cómo funciona un banco, participar de un taller de títeres o acercarse a la industria lechera en la granja educativa. También hay espacio para otras memorias: una muestra permanente sobre el Derecho a la Identidad, realizada junto a Abuelas de Plaza de Mayo, recuerda que hablar de ciudadanía también es hablar de verdad, memoria y justicia. 

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En la zona rural, estatuas de personajes de la historieta y la animación argentina –Mafalda, Clemente, Hijitus, Patoruzú, Manuelita– tejen un puente entre generaciones. Padres e hijos se detienen a señalar quién es quién, como si la historia cultural del país caminara, juguetona, entre los edificios.

Del mito Disney a la identidad propia

Una de las leyendas que sobrevuela a la República de los Niños es la supuesta visita de Walt Disney al predio y la idea de que Disneyland habría bebido de esta experiencia platense. Los historiadores no encontraron pruebas concluyentes de esa visita, pero el mito persiste, acaso porque resume algo muy real: la originalidad del proyecto, que se adelantó varios años a los grandes parques temáticos del mundo. 

De los golpes y olvidos a la recuperación de la democracia

La historia de la República de los Niños también refleja los vaivenes políticos del país. Tras el golpe de 1955, muchos de los programas de formación democrática fueron desmantelados y el predio quedó relegado a parque recreativo. Más tarde, durante la dictadura, se habló incluso de privatización y concesiones. 

Recién con el regreso de la democracia, en 1983, la Municipalidad de La Plata –que administra el predio desde 1979– impulsó una recuperación del sentido pedagógico del lugar. Con los años llegarían también la declaración como Monumento Histórico Nacional, en 2001, y distintos planes de restauración que buscaron devolver a los edificios su fisonomía original. 

Ese movimiento de abandono y recuperación no es un detalle menor: habla de cómo, según el clima político, se valora o se desatiende la formación ciudadana de las infancias.

74 años después: ¿qué significa "jugar a la República"?

En 2025, “La Repu” convive con tablets, redes sociales, algoritmos y debates sobre la desinformación. Los chicos llegan con otros lenguajes y otras urgencias. Y, sin embargo, hay algo que se mantiene intacto: la experiencia física de caminar una ciudad pensada para ellos, tomar decisiones, escuchar a otros, negociar, votar, asumir responsabilidades. Jugar a ser legislador, intendenta o jueza durante un rato no es solamente disfrazarse. Es ensayar roles, imaginar futuros posibles, entender que las reglas de juego se discuten colectivamente. En un contexto de discursos antipolítica, la República de los Niños insiste en un mensaje contracorriente: la democracia se aprende ejerciéndola. 

Para La Plata, la República de los Niños es mucho más que un paseo de fin de semana. Es parte del paisaje afectivo de la ciudad: el lugar al que fueron los abuelos, los padres y ahora los nietos; escenario de excursiones escolares, actos, festivales, ferias, funciones de teatro y conciertos al aire libre. Su importancia excede al mapa local. Considerada el primer parque temático de América y el emprendimiento infantil más ambicioso de la región, sigue siendo un punto de referencia para pensar cómo se vinculan juego, espacio público y formación ciudadana en América Latina. 

En tiempos en que muchas infancias se juegan detrás de una pantalla, la pequeña gran ciudad de Gonnet sigue proponiendo otra cosa: salir al parque, ocupar el espacio común, discutir ideas, decidir en grupo. A 74 años de su inauguración, la República de los Niños demuestra que la democracia también se aprende con trenes, castillos y plazas en miniatura. Que para ser grandes, como dice uno de los lemas del lugar, primero hay que animarse a ensayar la ciudadanía jugando.