LIBRERÍA EL GRAN PEZ
Por Miguel Frías | Imágenes: Diego Izquierdo
“Puede ser que estuviera equivocado con vos, chico. Puede ser que no tengas mucho, pero lo que tenés, lo tenés en cantidad” (Amos, Danny De Vito, personaje de El Gran Pez, de Tim Burton)
Y en el principio fueron tres editoriales marplatenses y las tres editoriales marplatenses dijeron que se haga la librería El Gran Pez y la librería El Gran Pez se hizo. Bueno, no se hizo sola, la hicieron ellos, los dueños de esos sellos, Letra Sudaca, Puente Aéreo y La Bola, y no por voluntad divina sino terrenal, oceánica. Compartían stand en la Feria de Libro de Mar del Plata y en 2016 comprendieron, como Martín Fierro cuando el Sargento Cruz pasa a pelear de su lado, que era mejor el codo a codo, espalda contra espalda, en lugar de la competencia feroz en la que finalmente el más grande se come al chiquito. Alquilaron, al año siguiente, un local de 18 metros cuadrados, sin depósito, en Hipólito Yrigoyen 1992, centro de MDQ: emprendieron una migración en cardumen. Se avecinaban tiempos turbulentos: el comienzo del fin del macrismo, el pasaron cosas y, recuerdan, mucho más. Los cinco socios fundadores nadaron, a contracorriente, en aguas encrespadas. “En el camino ocurrieron algunas situaciones tristes: a dos de las editoriales se las llevó el mar (Puente Aéreo y La Bola) y la Feria de Mar del Plata se redujo al ridículo -cuentan-. Pero no todas fueron malas: la librería creció tanto que tuvimos que mudarla dos veces, los peces pasamos de cinco a siete, creamos un sello editorial propio y empezamos a organizar la Feria invierno de Editoriales y Cultura Gráfica, un encuentro del libro alternativo, un evento exitoso que ya lleva cuatro ediciones consecutivas”. La última edición, organizada con el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires el 20 y 21 de junio, convocó a más de 5000 personas en el foyer del Teatro Auditorium de MDQ. Hubo, entre muchas otras actividades, talleres y charlas, como las de Dolores Reyes, Martín Oesterheld y autores/as de todo el país.
Aquel quinteto original de peces grandes estaba conformado por Fernando Martínez Subiela, Manuel Passaro, Alejandra Rumitti, Esteban Prado y Sebastián Chilano (se les sumarían Lucio Ferrante y Francisco Casadei). “La idea siempre fue exceder un poco la venta de libros y que este espacio fuera una especie de centro cultural, un lugar que interactuara con el teatro, la música, el cine y la pintura”, dice Fernández Subiela. “La mayoría de las librerías están pensadas de manera unitaria, una sola persona es la cara, sin embargo acá somos siete y la organización es horizontal e igualitaria. Tenemos intereses comunes, sobre todo en lo que respecta al rumbo, al lugar hacia el que queremos ir”, agrega Prado. Se plantaron, en aquellos momentos inaugurales, como un espacio con catálogo independiente, federal, alternativo a las novedades hegemónicas de las editoriales mainstream y a las librerías de cadena, donde se venden libros como cualquier otra mercadería y donde algunos vendedores son capaces de pedirte que les deletrees Saer para buscarlo en la computadora. Los salmones bibliófilos, en cambio, funcionan al modo de los viejos libreros, que aman su oficio e intercambiar recomendaciones con los compradores. Provocaron un pequeño gran fenómeno sociocultural en MDQ y los sellos independientes nacionales, que encontraron en El Gran Pez -hoy librería, editorial, centro cultural y productora cultural- su lugar en el mundo.
“Los proyectos chicos suelen tener un poco más de imaginación, de creatividad. Lo de la atención personalizada siempre estuvo en nosotros. Somos ante todo lectores, pero además editores y libreros. Gran parte de nuestra subsistencia y de nuestro crecimiento, en medio de las enormes dificultades económicas, tiene que ver con eso”, remata Martínez Subiela. Además de editores y libreros, los siete dueños de El Gran Pez tienen otras profesiones, oficios, goces y pasatiempos. Ante la pregunta de a qué se dedica cada uno para vivir y sobrevivir, optan por la respuesta colectiva y honesta: “Entre nosotros hay docentes universitarios, terciarios y de secundaria, un médico, un guía de alta montaña, un jurado de festivales de cine, un guionista, tres estilistas, siete editores, dos escritores, un abogado, tres padres de familia, un diseñador gráfico, dos catadores de hongos alucinógenos, un presidente de una sociedad anónima, un accionista de la bolsa. Todo eso concentrado en personas, nosotros, que no pueden dedicarse full time a la librería”.
Chilano es el médico, uno de los dos escritores, uno de los tres padres de familia y uno de los siete editores (ignoramos si figura en algún otro rubro). Se recibió en la Universidad Nacional de La Plata. En su cuenta de Instagram se define como sedentario y como el mero -pez de piel gruesa- de El Gran Pez. Apuesta por lo colectivo hasta en el acto íntimo de escribir. Es autor de Riña de gallos, Las reglas de Bourroughs, Laura Palmer no ha muerto, Tan lejos que es mentira, En tres noches la eternidad, Los preparados, Cuatro variaciones sobre el mar y, en colaboración, La cola del lagarto, El geriátrico (con Fernando del Río) y El lémur (con Mauro De Angelis). Sus obras están ambientadas en Mar del Plata. Trabajó un tiempo como médico de guardia en el Casino Central, donde experimentó desde situaciones dramáticas -apostadores muertos- hasta absurdas -personas atrapadas en la puerta giratoria, mientras él se preguntaba qué tenía que ver ese rescate con sus conocimientos científicos-. Para colmo, la enfermera que hacía turnos con él lo acusaba de yeta, de “atraer trabajo”: de ser un imán de ludópatas somatizadores. Chilano terminó renunciando, aunque se llevó grandes anécdotas para escribir. Un triunfo módico, si pensamos que después lo agarró (nos agarró) la pandemia.
Estaban en plena mudanza de El Gran Pez a un local más grande, en San Luis 2130; quedaron, en un primer momento, con los dos locales cerrados, pagando dos alquileres. Parecía el apocalipsis. Sobre todo para Chilano, que tenía que salir a combatir al virus desconocido. “¿A quién se le ocurre ser médico durante una pandemia? -nos dijo en aquel 2020, por teléfono, más que estresado-. Si cometo un error en la librería me cubro diciendo que soy médico; pero no puedo excusarme como médico diciendo que soy escritor y librero. Quiero volver lo antes posible a la atención al público en la librería, a recomendar, y a vivir El Gran Pez como un lugar de placer y de encuentro”.
El Gran Pez, que a fines de 2019 nadaba -a pesar de todo- con ímpetu entre nuevos proyectos, como el club Tifón, cuyos socios recibían a ciegas un libro de sello independiente y un vino de bodega chica elegidos por los dueños de la librería, quedó boqueando fuera del agua. “Todo el período macrista había sido muy crítico con el libro en general, todo había ido para abajo. A eso hay que agregarle nuestra transición. En abril o mayo logramos consolidar la mudanza y cerrar el otro contrato. Ahí empezamos a trabajar con los protocolos y, sobre todo, las redes sociales. Algo lateral pero que nos enseñó mucho”, recuerda Prado. El apoyo de los clientes fue increíble; muchos se sumaron a Tifón por solidaridad con los muchachos libreros. Al año siguiente, todavía en pandemia, llegó una recompensa merecida. El Gran Pez fue elegida mejor librería argentina 2021 en la Feria de Editores (FED), la meca de las editoriales independientes. “Para nosotros fue una sorpresa. Realmente no lo esperábamos. Como todo mimo, nos llenó de alegría y nos tuvo un tiempo entre el confort y la plenitud. Después, el día a día te hace olvidar de las cosas (las buenas se hacen anécdotas, las otras son manchas). Pasado un tiempo, descubrimos que somos una librería que invita a gente de otras ciudades. En parte debe ser por el premio, en parte por la persistencia. Pero no somos solamente una librería de ciudad balnearia, de verano, una librería turística en una ciudad rediseñada con ese fin, una ciudad que primero fue elitista y después popular”, recuerda el doctor Chilano.
“Durante el verano, sí, somos una librería invadida por turistas, hay lugar para desconocidos que vienen en busca de algo nuevo. Y lo encuentran -explica Ferrante-. También hay lugar para los clientes de siempre. Ellos, principalmente marplatenses, saben a qué horas visitarnos, así como saben en qué momento ir a la playa. Además, lanzamos nuestra tienda digital para ampliar la llegada”. En este punto, recordamos una anécdota de Luis Mey, escritor y ex librero nacido en San Isidro, al que una vez le preguntaron si tenía “el nuevo de Anna Frank”, y les preguntamos por la fauna más pintoresca de la librería. “Tuvimos desde lectores que comienzan a recitar poesía en su idioma original, alemán, inglés o francés, hasta buscadores de esoterismo que apoyan los libros en su frente para conocer su contenido. Una anécdota particularmente hermosa nos ocurrió cuando Yuyo Noé (el artista plástico Luis Felipe Noé) conoció la librería. Mantuvimos una conversación enciclopédica y anárquica que no se detuvo hasta que sus asistentes se lo llevaron”, contesta Casadei. La impronta de los dueños de El Gran Pez incluye las artes visuales: Passaro, que es ilustrador, puso su talento en el diseño del logo (una cabeza de merluza negra), señaladores, bolsas y afiches especialmente atractivos.
A esta altura, los lectores de Pampa que hayan visto la película El Gran Pez, de Tim Burton, pensarán que el nombre de la librería alude a ese filme. Se equivocan, como la mayoría de los periodistas que escribieron sobre la librería, como el autor de esta nota en el epígrafe que precede a esta nota e incluso como algunos de los siete dueños cuando les piden precisiones. “La idea nació de un modo incierto -revelan-. La misma pregunta ha tenido distintas respuestas a lo largo del tiempo. Quizás sea como esa literatura en la que es más importante lo que construye el lector que lo que dice el que escribe: por qué habría que desengañar a quien piensa que el nombre es por la película de Tim Burton, por qué hay que refutar al que piensa que vinimos a devorarnos todo el krill del Atlántico Sur”.
Tal vez no todo el krill del Atlántico pero sí gran parte del marplatense. De hecho, la expansión de El Gran Pez los llevó, tras una nueva mudanza, a lo que llaman “nuestra casa”, un chalet centenario de la calle Santiago del Estero al 2052, con anaqueles repletos y mayor amplitud. “En nuestra nave-librería, tenemos un centro de conspiración del que surgió la Feria Invierno, a la que invitamos a librerías de otras ciudades, y también la editorial El Gran Pez, que ya publicó a Yuri V (seudónimo de un/a autor/a anónimo/a, que en Todos se escondieron ya enlaza, a través de la Ruta 2, historias entre Buenos Aires y Mar del Plata), a Ana Iriarte (Azara), a Claire Vaye Watkins (Te amo pero elegí la oscuridad) y a Matías Aldaz (Algo que nadie hizo, una de las novelas nominadas al Premio Fundación Medifé Filba 2025). En el primer piso de la librería, mientras no conspiramos, suceden cosas que van adquiriendo vida propia: talleres, actividades, charlas. También empieza a surgir un proyecto audiovisual del que no podemos contar mucho por ahora”.
Por supuesto que la nave-librería, referencia cultural de Mar del Plata y otras ciudades costeras, no es ajena al derrumbe brutal del consumo provocado por la política económica del gobierno de Javier Milei. Tampoco lo fue al intento de derogación de la Ley de precio único del libro que en su momento anunció Federico Sturzenegger como ministro de Desregulación y Transformación del Estado. “Se trató de una operación ridícula y cruel basada en una estrategia sistemática para desestabilizar todos los órdenes de la vida artística, cultural y científica del país y desorientarnos mientras desmantelaban todo. Derogar la Ley del Libro implicaba abrir el campo para que las grandes cadenas, supermercados y megatiendas en la web compitieran de manera agresiva, lo que en el mediano plazo iba a llevar a la concentración y la ruina de pequeños y medianos editores, algo que en muchos casos ocurre de todos modos por la crisis económica”, opinan los dueños de El Gran Pez y aclaran que ellos resisten el maremoto económico actual porque son “arltianos y austeros”. “Tratamos siempre de construir un territorio, de buscar una manera propia de hacer las cosas”.
A la hora de hablar del rédito económico, dicen: “Si lo pensamos en términos neoliberales, en términos de la relación entre el esfuerzo y los dividendos, El Gran Pez no es hoy un emprendimiento exitoso. Pero si lo pensamos en términos de intervención cultural que puede subsistir en términos económicos a pesar de todo, sí lo es, porque hacemos lo que queremos hacer. Nuestro principal deseo es que la librería tenga larga vida, que siga siendo una nave en la que el trabajo colectivo nos lleve a puertos inesperados, que sigamos haciendo libros y leyendo”. En el mar revuelto, siguen nadando contra la corriente adversa del presente.

